Numidia Vaillant

Tras las Notas de Numidia Vaillant: Una Historia de Resiliencia

'Round Midnight (Thelonius Monk), par Numidia Vaillant, en concert en juin 2010 à Ménilmontant

Numidia en los cincuenta.  Cortesía de Marta Valdés

Encontrar por azar en Youtube su asombrosa versión de Round Midnight , del gran Thelonius Monk, fue más que un regalo a los sentidos, un llamado de conciencia. Dónde estuvo esta mujer de nombre inasible y asombroso desempeño, dónde estuvimos nosotros que no la encontramos antes???!!! El nombre de Numidia Vaillant suena lejano, poco conocido; llega unido para siempre en un haz de luz, a París…., a Santiago de Cuba, al jazz y a cuanta buena música haya de ser tocada sobre las teclas de un piano. Es evidente que el sonido acrisolado de su piano le debe a Duke Ellington, a Frederic Chopin lo mismo que a Ignacio Cervantes, César Portillo de la Luz, a Marta Valdés, a José Antonio Méndez y hasta a la conga de Los Hoyos. Su refinamiento estilístico y su personalidad se anclan en París, Oslo, Tel Aviv o Japón, lo mismo que en La Habana y Santiago de Cuba. Y sobrevienen entonces las interrogantes: ¿Quién es Numidia Vaillant? ¿Qué motivó el silencio –o su posible autosilencio-; por qué la ausencia de noticias acerca de sus éxitos, de su vida, de su excelencia? ¿En qué circunstancias de vida se fraguó ese pianismo increíble y esa personalidad que se anuncia extraordinaria, y quizás precursora como exponente primigenio y raro del pianismo femenino en el jazz en Cuba?

Quien vea y escuche a Numidia Vaillant moviéndose a su antojo por la intrincada selva donde la tientan lo mismo Ellington, Gershwin, que Tom Jobim con su Insensatez, y Kozma con Les feuilles mortes, quedará sin aliento ante Lullaby in Birland (G. Shearing-B. Y. Forster) o frente a uno de los grandes estudios de Chopin. Quien sea capaz de estremecerse ante su magia; quien pueda intuír las marcas de su identidad en el abordaje rítmico de un mundo sonoro que podría parecerle ajeno, sabrá que tras esa mujer y su piano, o más bien desde su interior, late una riqueza musical y cultural en el sentido más amplio, una devota concentración y dedicación al piano y su circunstancia, y una capacidad para llevar de la mano la puridad de la academia, un creativo virtuosismo y un estilo personalísimo para expandirlo a través de un lenguaje de rampante universalidad. 

Tocó de manera habitual en la meca parisina del jazz: el Blue Note y en famosas y olvidadas boites de jazz de Saint Germain-de-Pres; se codeó de tú a tú con Bud Powell y Stan Getz; fue reverenciada en escenarios tan disímiles como Israel, Finlandia, Italia o México. Pero pocos saben que era santiaguera; que se marchó de Cuba hacia París en noviembre de 1958, para nunca más regresar, tras el sueño y el mito de la Ciudad Luz, dejando atrás una carrera ya iniciada y en curso, pero que ella sabía insuficiente.   Poco, por no decir nada, se ha sabido de ella en este lado del Océano Atlántico, aunque por fortuna Youtube nos la devuelve en los últimos tiempos de su larga vida y asistimos asombrados a la magia de un pianismo que da fe de profundos estudios académicos, pero también de lo que surge y se aprende tras una búsqueda incesante y la inigualable experiencia de revelarse noche a noche como pianowoman, centro de la energía en un club de jazz, en una boite de jazz, en cualquier ciudad del mundo.

La opacidad signó la presencia y el recuerdo de Numidia Vaillant en su propio país: las noticias acerca de sus éxitos y su vida dejaron de aparecer en los medios de prensa, a pesar de su probada cercanía, en etapas, incluso posteriores a 1959, en que en cierto momento frecuenta los círculos diplomáticos cubanos en París y según sus propias palabras, llega a colaborar con Alejo Carpentier en algunos proyectos musicales cuando el gran escritor era también el consejero cultural cubano en Francia.[1] Su nombre no se menciona cuando se habla de pianistas en Cuba, a pesar de que su vida, la vivida en Cuba y París, la hace notable y  vinculada a momentos significativos de la historia musical cubana.

Santiago de Cuba le dio la bienvenida a este mundo el 29 de octubre de 1927[2]. Sin esta ciudad y sin conocer el entorno socio-cultural y familiar en que Numidia creció y vivió su niñez y adolescencia es imposible comprender las raíces de su sensibilidad, el ansia del conocimiento, su apego a la música y la personal aprehensión del jazz desde el piano. De inestimable valor para saberlo por ella misma resulta la entrevista que la Vaillant concediera a los periodistas Mireya Palma y Claude Couffon el 5 de marzo de 1998,  cuarenta años después de salir de Cuba, y que ambos publicaran bajo el tíulo “Yo tenía la ilusión de París” como parte del libro “El Mito de París: entrevistas a intelectuales latinoamericanos en París”:

“Yo vengo de una familia de músicos de tres o cuatro generaciones –les contó Numidia -. En casa se tocaba piano, pero mi abuela tocaba guitarra clásica. Papá era decorador, él tocaba todos los instrumentos de cuerda, el violoncelo, el contrabajo. Entre los jóvenes de mi generación había por lo menos cuatro pianistas. Mi prima, Ana Luisa, que fue alumna de mi mamá, tocaba piano clásico. Mi prima Nereida tocaba piano popular para bailar. Sólo dos no tocaban nada. Un primo abogado que trabajaba en la Base Naval de Guantánamo, tocaba jazz. El me enseñó la música americana. Allá él tuvo la ocasión de oír todos esos músicos de jazz de la época, que venían de Estados Unidos, como Louis Armstrong. Otro de los primos hermanos que era arquitecto tocaba flauta. Pepecito que era médico tocaba algunos motivos, pero no era profesional. Mi mamá y mi tía Anitica eran profesoras de piano; antes de que yo naciera tocaban piano en las películas mudas. Mi abuelo enseñaba música. Mi tía Anitica me enseñó el piano. Ella tocó hasta que se murió, casi hasta los 100 años.”[3] El músico y compositor santiaguero Rodulfo Vaillant –quien no se relaciona por vía familiar con Numidia- afirma que el padre de la pianista, Concepción Vaillant “Conchito” era pintor decorador de muebles cuando vivían en las calles Santo Tomás y San Mateo en la barriada de Los Hoyos y era muy apreciado por su talento y educación.[4] Según relata William Navarrete el abuelo de Numidia, Maximiliano Villalón fue maestro de solfeo de grandes músicos de la vieja trova, como Miguel Matamoros.[5]

LA FORMACION

“Desde que me acuerdo toco piano. Toda mi infancia fue música. Todo el mundo tocaba, todo el mundo hacía música.   Mi abuelo murió cuando yo tenía dos años y ya yo tocaba. Mis tías nunca supieron cuando empecé. Todos los chicos del barrio jugábamos en casa a tocar piano. (…) A los dos años aprendí a leer música, antes de aprender a leer y escribir. Cuando mi tía daba clases yo oía todo lo que pasaba. Mi mamá que era profesora de cuarto grado, me llevaba a la escuela en donde trabajaba. Cuando entré en el kindergarten a los seis años más o menos, yo tocaba una marcha para que marcharan los niños.”[6]